Cola de león

León del manuscrito griego del Physiologus (ver más abajo), copiado en Venecia en el s. XVI, y que en 1587 pasó de las manos del gran humanista y médico húngaro Johannes Sambucus (János Zsámboki) a la Biblioteca de la Corte Imperial Vienesa (hoy Biblioteca Nacional de Austria) (Cod. Phil. gr. 290)

Ya hemos contado cómo el traductor de Umberto Eco ha de vadear a veces pasajes donde el maestro (y su editor), al igual que el buen Homero, se adormila; y hay otros lugares en que llevado por el ímpetu del relato no comprueba si lo que le dicta la memoria se ajusta a la realidad. Al principio solíamos añadir las observaciones en notas a pie de página hasta que el editor, sorprendido por su elevado número, prefirió que corrigiéramos directamente el texto, considerando que Eco (y su editor) habría escrito lo mismo de haber realizado él la comprobación. Así lo hacemos pero para mejor guardar registro del proceso anotamos algunos casos complejos también aquí. La última vez fue el pozo de Eratóstenes, y hoy es la cola del león.

La cola del león ha llegado hasta nuestra mesa –o mejor dicho hasta el capítulo sobre los bestiarios del nuevo libro de Eco– desde el Physiologus. El Physiologus, compilación en lengua griega elaborada en los siglos segundo y tercero, traducida luego a varios idiomas y convertida en uno de los best-sellers de la Edad Media, es la matriz de todos los bestiarios posteriores. Describía cuarenta animales, plantas y minerales, siempre sobre la base de la tradición helenística pero interpretada ya en clave cristiana. Eco menciona un ejemplo:

Dopo avere descritto questi esseri, il Fisiologo mostra come e perché ciascuno di essi sia veicolo di un insegnamento etico e teologico. Per esempio il leone che, secondo la leggenda, cancella le proprie tracce con la coda per sottrarsi ai cacciatori, diventa simbolo di Cristo che cancella i peccati degli uomini.
Después de describir a estos seres, el Physiologus muestra cómo y por qué cada uno de ellos conlleva una enseñanza ética y teológica. El león, por ejemplo, que según la leyenda borra sus propias huellas con la cola a fin de esconderse de los cazadores, se convierte en símbolo de Cristo, que borra los pecados de la humanidad.

El león borra el rastro de sus huellas con la cola. Physiologus, Codex Sambucus

Un paralelo atractivo, en efecto, que une significante y significado por la asociación ingenua de «borrar» –tal como hace san Isidoro de Sevilla en sus Etimologías, citado con cierto desdén por Eco– pero que no desarrolla la analogía apuntada (huellas de Cristo =/= pecados de la humanidad). Sin embargo, al abrir el Physiologus por la página correspondiente leemos algo bien distinto: una metáfora mucho más expandida que recoge una doctrina cristológica viva a lo largo de toda la Edad Media:

Las dos primeras páginas sobre el león en la edición del Physiologus de 1588 impreso por Plantin (el original griego y latino del texto citado se ve en la segunda página)


«Cuando el león vaga por las montañas y nota el olor del cazador, borra sus huellas con su propia cola para evitar que le persigan, que encuentren su morada y lo capturen ... De la misma manera nuestro Señor Jesucristo, el león espiritual ... enviado por el Padre, borró sus huellas espirituales, es decir, su divinidad; se despojó totalmente y descendió al vientre de María para salvar a la humanidad engañada».

El autor desconocido (identificado en la Edad Media con el obispo de Chipre del siglo IV y Padre de la Iglesia san Epifanio) relaciona la «observación empírica» aceptada por Plutarco y Eliano, con una doctrina teológica popular que exponen varios Padres de la Iglesia –Atanasio, Gregorio Nazianzeno, Dionisio Areopagita, e incluso el propio Epifanio– y, citando a éstos, otros escritores posteriores: que Cristo asumió un cuerpo humano con el fin de engañar al diablo, el engañador de la humanidad, que así, sin tener conocimiento de su divinidad, querría matarle como hombre y como un Mesías exclusivamente humano, contribuyendo de esta manera activamente a su muerte en la cruz y por tanto a la salvación de la humanidad.

Los teólogos cuentan este truco con gran placer y vívidos detalles. Rufino de Aquilea, también en el siglo IV, traductor de Orígenes y amigo (aunque luego entablarían una fuerte disputa) de san Jerónimo, conecta esta doctrina con la metáfora del anzuelo en su comentario sobre el Credo de los Apóstoles.

«El objeto del misterio de la Encarnación era la virtud divina del Hijo de Dios como anzuelo oculto en la forma de la carne humana. Estando Él bajo la condición de hombre (Fil. 2:8), atrajo al Príncipe de este mundo hacia una celada, ofreciendo su carne como cebo ... Como el pez que se traga el anzuelo no sólo no separa el cebo del gancho sino que él mismo sale fuera del agua para convertirse en comida para otros, así él, que tenía el imperio de la muerte, se apoderó del cuerpo de Jesús en la muerte, sin ser consciente de que el gancho de la divinidad estaba encerrado dentro, y se lo tragó y fue capturado. Al romperse las barras del infierno se vio arrastrado, por así decirlo, desde el abismo para convertirse en alimento de otros. Ezequiel profetizó esto bajo la misma figura, diciendo: «Voy a sacarte con mi anzuelo, y te extenderé sobre la tierra. Las llanuras se llenarán de ti, y dispondré sobre ti a todas las aves del cielo, y saciaré a todas las bestias de la tierra contigo» (Ez 29:4-5, 32:3-8) ... Job de la misma manera dice, en la persona del Señor que le habla: «¿Podrás tú atrapar con anzuelo al Leviatán, y le pondrás una anilla en las narices?» (Job 41:1-2)


Vemos una versión de la metáfora en una de las mejores muestras de la miniatura parisina del siglo XIII, el Misal de Reims (1285-1297) conservado en San Petersburgo, cuya compleja iconografía enseñamos durante un semestre en la universidad. En el folio 59v –también ilustración del Credo– Cristo pesca desde una barca con Job y le plantea la misma pregunta. Pero con la caña tendida ante el diablo ya le está demostrando cómo es capaz de atrapar al Leviatán. Y la larga filacteria del profeta Oseas, a la derecha, nos dice cómo interpretar el conjunto: O mors ero mors tua, morsus tuus ero inferne, «oh, muerte, seré tu muerte; seré tu dolor, oh, infierno». En consecuencia, este versículo se convirtió en la primera antífona de las laudes del Sábado Santo, en el oficio matutino.


Guillaume Bouzignac (ca. 1587 – 1641): O mors ero mors tua, Les Arts Florissants, William Christie


Otras veces se alude a la trampa tendida al diablo con un instrumento diferente. Dice san Agustín: «La cruz de Cristo fue ratonera del diablo; el cebo que lo atrapó, la muerte del Señor». Es esto lo que vemos en el Retablo de Mérode, de Robert Campin (entre 1425 y 1428): mientras que en el centro tiene lugar la escena de la Anunciación, es decir, de la Encarnación de Cristo, en el batiente derecho san José arma unas trampas para ratones (y fijémonos cómo se cruzan sus herramientas, la presencia de los clavos... sobre su banco de carpintero).



Apoyados en la autoridad de toda esta tradición hemos cambiado así el texto de Eco en la traducción al húngaro, cuidando de borrar las huellas del desliz:

Después de describir a estos seres, el Physiologus también muestra cómo y por qué cada uno de ellos conlleva una enseñanza ética y teológica. El león, por ejemplo, que borra sus propias huellas con la cola a fin de esconderse de los cazadores, se convierte en símbolo de Cristo que esconde al diablo su naturaleza divina.

Pasada la Edad Media, este motivo de Satanás engañado por la naturaleza humana de Cristo y amargamente burlado, quedaría en segundo plano. Pero no desapareció del todo. Sus ecos lejanos se escuchan hasta en lugares tan inesperados como esta sorprendente Sunday’s on the Way (el domingo está en camino) de Carman.


The demons where planning on having a party one night.
They got beer and Jack Daniels and pretzels, a little red wine, and some white.
They were celebrating how they crucified Christ, on that tree.
But Satan, the snake himself, wasn’t so at ease.
He took his crooked finger and he dialed the phone by his bed,
To call an old faithful friend, to know for sure, that he was dead.

He said, “Grave, Grave tell, did my plan fail?”
Old Grave just laughed and said, “Oh man, the dude is dead as nails.”

Chorus:
Well hey, hey, hey on Friday Night, they crucified the Lord at Calvary,
But He said, “Don’t dread, in three days, I’m gonna live again, you’ll see.”
When problems try to bury you and make it hard to pray,
It may seem like Friday night, but Sunday’s on the way!

A tranquilizer and a horror flick could not calm Satan’s fear.
So Saturday night, he calls up the grave… scared, of what he’d hear.
“Hey, Grave, what’s goin’ on?” Grave said, “Man, you called me twice,
and I’ll tell you, once more again boss, the Jew’s on ice!”

Devil said “Man grave, do you remember when old Lazarus was in his grave?
You said everything’s cool and four days later, BOOM, Ol’ Lazarus, he was raised!
Now this Jesus, He is much more trouble than anyone has ever been to me.
And look Grave he’s got old Devil shook cuz He said, he’s only gonna be dead for three!”

Chorus

Sunday morning Satan woke with a jump, ready to blow a fuse.
He was shaking from the tips of his pointed ears, to the toes of his pointed shoes.
He said “Grave tell me is He alive? I don’t want to lose my neck!”
Grave said, “Your evilness, maintain your cool. You are a wreck!”
Grave said, “Now just cool your jets, Big D, my sting is still intact,
You see, Jesus is dead forever, he ain’t never coming back,
so just mellow out man, just go drink up or shoot up, but just leave old Grave alone,
and I’ll catch you la… la… oh no! OH no! OH NO! OH NO…
SOMEBODY’S MESSING WITH THE STONE!

Then the stone was rolled away and it bounced a time or two,
and an Angel stepped inside and said, “I’m Gabriel, who’re you?
And if you’re wondering where the Lord is, at this very hour,
I’ll tell you he’s alive and well, with resurrection power!”

«Tercera característica del león: cuando la hembra da a luz, el cachorro viene al mundo muerto, y así permanece hasta que, al tercer día, se le acerca el padre y, echándole su aliento en el rostro, lo resucita» Physiologus, Codex Sambucus.

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